Sabiduría nativa, cuando el guerrero envejece...

Sabiduría de los navajos del Gran cañón del colorado, Jefe Colmillo Blanco, chief White Fang.

Cuando los seres humanos convergen en torno al fuego sagrado ponen en común todo lo que son, sus virtudes, sus miedos o carencias se encuentran presentes y se desnudan entorno a la imponente presencia del elemento sagrado. 

En la reunión ante la hoguera todos somos iguales. Nadie es más que nadie excepto los sabios, aquellos que lo son por su longevidad. Aquellos acariciados por la brisa del tiempo y el calor del Sol, que tanto transformó sus rostros, y ellos lo son por lo vivido en sus propias carnes, por las cicatrices de guerra que obtuvieron, por haber superado al guerrero interior, por saciar su sed de venganza, y por haber conocido el poder del perdón. 
De este modo cicatrizaron sus heridas y obraron así el milagro de la compresión. Convirtiéndose en los seres compasivos, llenos de sabiduría y misericordia, que nos han de guiar por el sendero de la verdad. 

El sendero que todo hombre y mujer debe recorrer es un sendero de auto conocimiento, basado en la confianza interior, en la búsqueda de la fortaleza y el valor. Aquel que busca también encuentra y en el sendero se obtiene el poder y la voluntad para liderar la vida. 

El sendero se recorre a solas, desde la oscuridad del alma, en tinieblas, en la noche sin luna que no deja ver el manto de estrellas que cubre el cielo infinito. En la profundidad interior se reconoce lo que uno sabe que es, y evidentemente lo que no. Pero aún así se puede honrar uno a sí mismo no por sus méritos obtenidos, sino más bien para conseguir con determinación sus futuros propósitos.

En la oscuridad del alma, sin luz de luna alumbrando el sendero, el engaño del ego se desvanece, el miedo a lo desconocido, potente alentador del alma, se acrecienta manteniendo en vilo al guerrero interior, en estado de alerta, potenciando el estado del cazador. 

Dicho estado es la base de la consciencia del presente, prestar atención alrededor, a lo que ocurre entorno a cada uno, pero aún escondidos por el manto de lo profundo sin poder dar un paso adelante, sin poderse mostrar aún, sin poder modificar dicho entorno. Escondidos e inmersos en las circunstancias de la vida y aún sin valor ni voluntad para transformar el destino del guerrero. Es este un momento divino que sobreviene desde la necesidad de comprensión hacia la aceptación absoluta. Uniendo al guerrero y su alma con el Gran Espíritu. 

La unidad, que hace la fuerza, y a la que todos aspiran pasa por la aceptación desde la comprensión y la tolerancia para mantener el equilibrio de la esperanza. La esperanza es el tiempo donde se está alerta, consciente, presente pero en sigilo, observando y esperando que todo se les revele, que el Gran Espíritu muestre su plan y disposición para todos. Esta es una brizna de la verdad del cazador que llevas dentro.

Aprender a cazar, es aprender la paciencia, es reencontrarse con tu soledad y es aceptar el paso del tiempo sin poder hacer nada, sin embargo no hacer nada, es muy diferente a esperar. La necedad hace imposible cualquier cambio y destruye el poder y la voluntad de liderazgo del guerrero enfrente a la batalla de su vida y este nada puede hacer por ganar. 

Pero el paciente cazador que esperó, que observó y vio como fluía la vida conoció los secretos que emanaban a su alrededor, aquellos detalles, a los que la premura o la impaciencia no le hubieran dejador ver y ser observados, se revelan mostrándose delante de él. 
Al observar se reconoce, se comprende, se entiende y se acepta, y al aceptar, de golpe todo se transforma.

La consciencia de la realidad se expande y lo observado toma forma unificada en el ser formando este parte del todo y todo parte de uno mismo, se revela la unicidad y todo tiene un profundo y mayor sentido y he aquí que el guerrero gana su batalla; el cazador toma su presa y sólo tuvo que mantenerse presente, estar y dejar pasar el tiempo. Esto y no hacer nada es verdaderamente muy diferente. Pero cuando el tiempo pasa el guerrero se vuelve anciano.
 
Llegar a anciano es toda una experiencia forjada en el tiempo a base de esfuerzo, constancia y superaciones personales, el anciano conoce el medio donde se encuentra sabe cuando va ha hacer frío y se prepara para el duro invierno, sabe cuando regresará el calor y cuando podrá disponer de nuevo de los frutos de la vida.

Es conocedor de que existe un tiempo donde no puede hacer nada, donde debe dejar que todo siga su curso, donde todo pasa y nada puede ser modificado, ese momento entre la siembra y la cosecha que le llega a todo hombre y mujer para ser templados, para llegar a su plenitud y crear el espacio de la madurez, guiados ya dentro del sendero de la sabiduría.

Este tiempo es el tiempo de la presencia que no es más que el saber estar, estar sin esperar nada más de la vida, estar no sin tener esperanza, sino más bien depositando en el Gran Espíritu toda la fe.

Mientras maduras y envejeces, mientras pasas del guerrero al anciano recuerda que toda vida tiene un propósito, toda vida esta vinculada por lazos de amor tejidos de generación en generación, desde nuestros ancestros hasta nuestros hijos y sus hijos, nuestros nietos, creando un entretejido de carácter sagrado, un linaje ancestral cuyo fin está vinculado al reencuentro universal, un reencuentro circular entorno a la Gran Hoguera que perenne arde como corazón del Gran Espíritu.


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