Deja volar a tu colibrí, Enseñanzas nativas del Gran Jefe White Fang
Ocurre que todo pasa y todo tiene su tiempo, ocurre que todo gira en torno a la rueda de la vida y percibimos que todo está regido por ciclos que el gran espíritu Wakan Tanka propone para pulirse a si mismo. Igual que el agua pule la piedra y le da forma roma, del mismo modo ocurre con la impaciencia, la tempestad y el tormento que cada guerrero lleva dentro de sí.
Cambiar el guijarro afilado que invita a la caza o a la lucha, por un canto romo es consecuencia de este peculiar ciclo evolutivo del gran espíritu para destruir al cazador o guerrero, para domesticar su impronta original e instintiva y liberar al colibrí que esta enjaulado en su corazón. Todo tiene un fin y un propósito que como digo es cíclico, siempre comienza y acaba.
La rueda que todo hombre o mujer recorren comienza siempre desde su Norte, desde su cabeza, existe un momento interior que nos llega a todos donde nos sentimos alejados de la vida, como si lo que tenía sentido hasta ahora se hubiera disipado y se nos nubla en este momento la vista, la visión.
La visión es algo de especial importancia en nuestra consciencia nativa, todos tenemos visiones. En nuestros sueños nos susurra el Wakan Tanka, nos habla directamente al colibrí puesto que él es libre si lo desea y además nos conoce mejor que nadie. Pero la búsqueda de la visión precede siempre a la toma de decisiones en la vida.
Todo paso que un nativo da hacia adelante esta reforzado por una visión. La visión es un conjunto de sensaciones que se reciben de forma visual y que tienden a dar conocimiento del futuro, a darle un sentido. La visión que se obtiene es la suma de la causa y el efecto y es por tanto certera y premonitoria, por lo que tenerla en cuenta antes de una decisión hace que la vida se encamine.
Pero como te decía cuando se esta en el gélido norte la visión se pierde, se nubla la vista, y la comprensión que esta aporta para armonizar y dirigir la vida se pierde. Para recuperarla se debe seguir caminando dentro de la rueda, en este caso hacia el Este, que marca el principio, el origen, el nacimiento, la llegada a esta vida, cuando aún bañado por la sangre materna y su calor nos desprendemos de la comodidad del vientre hasta ahora fecundado y nos alejamos del cariño, del tacto y del amor original.
La reproducción, la descendencia, nuestros hijos son el fruto del amor de todo un pueblo son los hijos de todos, y sus padres sólo son sus cuidadores y protectores, los que han de guiarlos y educarlos para que se sientan hijos del pueblo, y así su utilidad, su labor, su vida sea de provecho para todos. Debemos recordar que somos partes de un mismo ser, de un mismo espíritu dentro del gran misterio y aquellos que nacen de nuevo son su mejores creaciones.
Los adultos, los abuelos, estamos en el lado opuesto de la rueda, en el Oeste, hemos vivido tanto lo bueno como lo malo, pero solemos transmitir nuestras enseñanzas poniendo empeño en lo malo para que el mal no vuelva a repetirse porque es lo que a nosotros nos ha hecho sufrir en la vida.
Pero así lo que acabamos haciendo es corromper su colibrí. Enseñándoles desde nuestra aflicción, desde nuestro dolor y sufrimiento pues acostumbramos a contarles historias de superación, de batallas, de oscuras leyendas que acaban encerrando su corazón. Su colibrí no ve belleza y libertad exterior para ser disfrutada en cada sorbo del néctar que este bebe de la vida y así la inocencia original de los hijos del Este se pierde en esta rueda, en este giro cíclico y teatral del gran espíritu.
Como ves mucho se pierde o se deja atrás en este camino, la visión capaz de orientarnos en nuestra vida futura, la inocencia que nos dota de la libertad de acción, y la responsabilidad que nos dice que hemos de cuidar aquello que ya estaba aquí cuando llegamos a este mundo, nuestros padres y abuelos, nuestros ancestros, honrar sus vidas y tradiciones, y sobretodo cuidar nuestras tierras, y nuestras aguas, cuidar de nuestra gran madre tierra.
Estamos llegando a la mitad de este circulo, de esta rueda que nos vacía y libera. Al llegar al Sur llegamos completamente desnudos. Despojados como decíamos de la visión, de la inocencia, de la responsabilidad contraída que da sentido y organiza nuestras vidas, que le pone rumbo, utilidad y propósito, y por lo tanto nos sentimos mucho más que perdidos.
Pero es en este momento cuando sentimos de nuevo un ligero calor, en el Sur todo resplandece, los cielos son de un intenso azul zafiro y el Sol el más grande espíritu del cielo de nuevo nos calienta. Cuando esto sucede nos sentimos de nuevo en el vientre materno, estamos sintiendo el calor del hogar y disfrutamos de la compañía de todo lo que nos rodea, percibiendo que el gran espíritu está en todo y en todos y este momento de impacto solar, nos baña el rostro, nos ilumina y devuelve nuestra piel a su estado rojizo.
Por eso somos conocidos como pieles rojas, porque amamos el Sol y con ello la vida, toda la vida. Amar es el sentimiento más profundo que los seres humanos podemos mostrar, pero este amor es fruto de un pensamiento grupal donde todo tiene cabida, donde el simple hecho de existir hace que toda vida sea sagrada, que toda vida se haya de respetar, comprender y por lo tanto compartir.
Al compartir la vida de otro no sólo entendemos por lo que ha pasado, por su sufrimiento y felicidad sino que le permites darse su tiempo para que se encuentre dentro de este gran circulo, para que lo recorra desde el Norte y para que de nuevo pueda conciliar en la noche un sueño tranquilo, recuperando así la visión, que tu llamas esperanza, para que descubra por si mismo su valía, su responsabilidad, sintiéndose uno más en su tribu, y así les sea útil a todos ellos.
Y de nuevo sintiendo la piel rojiza, bañados por el calor del gran espíritu, continuamos recorriendo esta rueda, llegando al Oeste, el lugar donde el Sol se pone, este hecho simboliza para nosotros los nativos que el gran espíritu todo lo perdona, todo lo malo lo hace desaparecer en el horizonte y cuando esto ocurre llega la noche donde cada alma reluce de nuevo en el cielo. Cada uno tiene su estrella, nosotros la concebimos como un espíritu guía que ilumina nuestra alma que nos conduce en la oscuridad, y ese espíritu al descender a la tierra se transforma en animal.
Los animales no conciben una vida que no sea común, no encierran su corazón, si no que muestran todo lo que son, sin condicionantes, fruto de esa inocencia original, al nacer ellos se manifiestan tal y como fueron creados por sus progenitores. Este hecho no contempla el bien y el mal que como una gran de piedra los hombres hemos arrastrado por esta vida y por lo tanto es así como entendemos que cada animal es libre como el colibrí. Y al recuperar la visión en la caída de la tarde en el Oeste vemos llegar desde el horizonte nuestro animal de poder, aquel que simboliza lo mejor de nosotros, lo que somos, nuestra personalidad.
Reconciliándonos así con la vida que la tierra nos ofrece y junto a nuestro animal de poder continuamos el camino, volvemos a dejar el oeste a nuestras espaldas y de nuevo regresamos al lugar de donde partimos, de nuevo al Norte. Habiendo recuperado todo lo anteriormente descrito, la visión, la inocencia, la responsabilidad, el alma que es simbolizada por el animal de poder, pues para nosotros el animal de poder es la esencia del alma del piel roja.
Sin embargo hazte consciente que hemos salido del Norte cuyo opuesto es el Sur y siempre que vas en dirección Norte, realmente tu proyección va hacia el sur, es decir siempre estas buscando el Sur. En tu vida estas siempre intentando estar en el sur, al calor del Sol, mecido por la ligera brisa donde todo es fácil y sencillo si comprendes la importancia de este circulo.
La vida en el Sur nos habla de un momento de madurez, ese momento donde todo lo que te rodea te hace feliz porque tu haces feliz a todo lo que te rodea. Es un tiempo medicinal que cura y cicatriza todas las heridas, es un momento donde el paso del tiempo, donde la vida nos ha dejado mella, pero donde también hemos aprendido porque es el momento donde finaliza este camino circular, esta rueda.
Por cada hombre o mujer que acaba su rueda otro la empieza, este es el ciclo de la vida así unos aprenden de los otros, así todos crecemos formando parte de lo mismo. Sin embargo como saber que has acabado tu propio camino circular, tu propia rueda, como saber que vives de nuevo en el Sur, lo sabrás si escuchas a tu corazón, y lo sabrás si cuando escuches a tu corazón no percibes ni oyes nada... si oyes simplemente el silencio, si sientes en ti la belleza del silencio, entonces sabrás que vives en el Sur porque en ese silencio no oyes aletear a tu colibrí, porque tu colibrí habrá volado fuera de ti, habrá emprendido una nueva vida y tu no lo volverás a ver...
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