Enseñanza Inuit, Nanuk speaks...

Hubo un momento en el tiempo en que el hombre escuchó la voluntad de su corazón, desde ese preciso instante se comenzó a forjar la historia de los seres humanos. La historia que comenzó en el silencio de las cavernas, aquellos hombres callados, sin la fuerza del verbo pero con la fe ya presente en su corazón comenzaron a evolucionar. Entonces la voz del corazón guió sus toscos pensamientos. No sabían que lo que realmente les guiaba era una primigenia emoción; ellos no sabían de razón, ni siquiera de la fuerza del amor, pero el dictado del corazón, guardaba y aún guarda grandes secretos que ni siquiera hoy en día atisbamos a comprender. 

La evolución humana necesita de un hecho vital para ser manifestada, se necesita compartir, vivir comunicados, juntos, unidos por un motivo, una fe, un ideal, un principio o una causa justa, o por un acto de amor. Dicha manifestación de la vida se recrea en este mundo todos los días desde el alba al ocaso ante el gran drama de la realidad, y debido a  la ofuscación de nuestras vidas esto pasa inadvertido para muchos. 

La Madre Tierra recrea a su modo toda esta manifestación cordial y altruista de forma permanente, ella se muestra continuamente ante nosotros sin aparentar, sin sobresalir, sin reclamarnos su atención ni distraernos, simplemente se manifiesta desde el orden y la belleza para mostrar de forma ejemplar lo que un día debemos llegar a ser, mansas aguas, cielos abiertos, acordes de mirlos, hierba que jamás sea hollada, brisa fresca, rocío del alba, ríos llenos de agua y luces del amanecer.


Formamos parte de esta realidad, pero somos muy distintos, muy diferentes al resto de consciencias que viven sobre la Madre Tierra. La lejanía que crea el tiempo, como un gran rastro infinito, nos alejó de la vida que existe más allá del ego, le dimos la espalda al lugar de donde somos, nos vemos a nosotros mismos, pero no podemos ver ni comprender más allá de la realidad que ven nuestros ojos. Debemos comprender como funciona el ciclo de la vida universal.

Eones de tiempo atrás, este fue un primigenio mundo de sombras, más hubo también un tiempo perfecto donde todos éramos; éramos colina, ladera, agua y bruma, flores silvestres, y luces del alba, murmullo en las ramas de los arboles que como pájaros cantábamos alabanzas al Gran Espíritu por ser y estar manifestados en la vida.

Éramos, y no habitábamos en una piel humana, sino que formábamos parte de La Madre Tierra, era la más virginal de las concepciones, un aspecto único y unido; un aspecto donde la belleza y el orden, constituían todo cuanto afloraba o se manifestaba en estos  tiempos anteriores del planeta, no existía más que una gran melodía que sonaba por la perfecta ejecución de la orquesta de la vida, que se manifestaba simplemente existiendo, siendo, viviendo el mero presente. 

Imagina por unos instantes formar parte de esta energía, donde todo se tiene, donde todo se es, donde todo alrededor es porque nosotros también lo somos, donde la vida es simple presencia y observación, donde la evolución, es correspondida, equitativa y cordial favoreciendo así el crecimiento de la totalidad. 

Si formas parte de esta energía que te explico, sentirás que no existe la distinción, la separación, la ruptura, el ego, el poder, la comparación, la competencia, en definitiva la necedad. Así sólo existe en ti la levedad que crea un clima de desapego, donde no existe la carga que genera la acción de una mente dividida por lo que no existe la emoción. Donde si existen las sensaciones o los sentidos, esta levedad sugerida es un estado de calma y concilio con todo a tu alrededor.

La levedad es la pluma que la suave brisa acompaña y acuna, que acaricia y eleva hacia el Gran Espíritu. La pluma que representa la pureza de tu alma, la nobleza de tus actos, la capacidad de comprensión, de compasión, de fe y esperanza, la levedad a través de la fluidez del corazón guía los pasos del alma que hacen humilde al hombre. La levedad encierra al ego, y el amor altruista reluce desde su interior, manifestando una realidad creada desde el compartir, pero un compromiso vital exige esta acto, compartir nos hace responsables de nuestros actos y nuestras consecuencias. Nos hace maduros, conscientes y consecuentes. 

Ahora es el momento de ser útiles, de compartir y completar la creación de la vida, es el momento donde más necesitamos comprender y ser comprendidos, necesitamos volver a ser parte de la realidad. Necesitamos sentir que somos las diferentes ramas que forma el árbol de la vida de la humanidad, enraizados hacia la Madre Tierra, nuestro hogar.

Recuerda que por mucho tiempo fuimos sombras que nos perdimos en nosotros mismos, pero ahora tu corazón late libre, late sin temor. Comparte y danza al calor de la hoguera. El fuego de tu corazón es perpetuo, siempre encontrarás una hoguera encendida, un punto de luz en la noche cerrada que guiará el sentido de tu existencia, pero recuerda compartir con aquellos que estaban despiertos, con su hoguera encendida, vigilando que las adversidades, como los vientos, no la apagaran pues ellos son parte de ti, quizás llegaron antes que tu, por eso pudieron encender su hoguera, es decir se comprendieron a si mismos y se alzaron ante la llamada de su corazón. 

Quizás al calor del fuego puedan ellos contarte historias, o enseñanzas, como las que hoy yo te cuento para que te ayuden en tu nuevo propósito o camino, para que te abran de par en par la ventana hacia la esperanza.

Y recuerda que el sentido de compartir radica en saber que todo tiene quien todo da, en no esperar nada a cambio, en no intentar siquiera comprender sino en extender tu mano rápidamente como lo harías por un viejo amigo y lo más importante, no codiciar porque nada te pertenece, recuerda que tu le perteneces a la vida...



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