Conocerse para olvidarse...
Se dice que el hábito no hace al monje. El monje en su búsqueda espiritual aprende el desapego, y esto le permite crecer conociéndose y olvidándose a la vez, cosa que lo convierte en un sabio.
Sin embargo la palabra hábito nos habla de la costumbre y del uso. Estamos acostumbrados a nuestra realidad hasta tal punto que aceptamos a la primera la forma en como vemos, entendemos y hacemos las cosas, sin más cuestionamiento; pensando sólo en nosotros mismos. Pero para entender e interpretar la realidad primero hemos de conocernos y después olvidarnos.
La etapa de la madurez es el momento donde cada uno comienza a conocerse, pero también es el momento donde ciertos hábitos cambian, ó desearíamos que cambiasen, ó quisiéramos dejarlos en el olvido.
En esta etapa se acentúa la característica principal y base de nuestra existencia la constante universal basada en la creación, la renovación y la conservación de la vida.
Aun llenos de vitalidad deseamos seguir creando libremente nuestras vidas y esa libertad intrínseca permite que la constante de la renovación se haga con el liderazgo de esta etapa de nuestra vida. Renovar es contrario a conservar, por lo que o se llega a un punto medio, o lo antiguo no puede convivir con lo nuevo, recuerda que nadie puede estar en dos sitios a la vez.
Esta característica de la renovación evoca un tiempo nuevo, donde si lo que tienes en la vida te sirve, es valido para ti, tenderá a mantenerse pero si realmente no te es útil quedara relegado al olvido.
La aceptación es el pilar sobre el que se construye la renovación y el olvido. La aceptación no es resignarse, es reconoce el error, el agravio infringido, o la limitación personal. La aceptación permite la resolución sin sufrimiento y sin sentimiento de culpabilidad y responsabilidad de cualquier proceso ardoroso de la vida.
Sin embargo este proceso ardoroso activa la memoria del recuerdo, y dicha impronta crea cautela y justicia, en definitiva se crece en prudencia, la cual nos lleva a actuar con precaución en las siguientes decisiones de la vida. Y así vas conociendo más acerca de ti en la vida.
Y cuanto más te conoces menos necesitas de ti, llega el momento del olvido de uno mismo. La mayoría de la gente vive pensando en si misma, dándole vueltas a sus problemas. Pero pensar en uno mismo y por demasiado tiempo implica que uno realmente no se conoce, no se reconoce en sus actos y su vida es un desorden.
El olvido de uno mismo destruye el cuerpo de deseos, quemando en la hoguera de las vanidades el orgullo y la soberbia que rápidamente desaparecen, al resignarse y al aceptarse uno se vuelve cada vez más grupal más unido a todo, por lo que se siente menos individualista y menos desamparado.
El olvido de si, atrae la paz y la alegría, las preocupaciones a las que se les concedieron tanta importancia desde el pensamiento en si mismo, se diluyen, y llegan entonces las virtudes de la comprensión y la serenidad.
Quien aún no ha controlado sus reacciones instintivas sufre mucho, porque estas siempre generan conflicto con los demás. Por eso el desarrollo de dicho olvido crea un estado interior de serenidad clave para alcanzar la plenitud de la vida.
La serenidad permite elevar la energía vital en medio de las dificultades que normalmente la destruyen. Un hombre sereno puede ayudar a los demás incluso en medio de tremendas dificultades. Actuar con serenidad siempre permite utilizar los elementos disponibles para resolver la dificultad en la que el uno se encuentra.
Cuando la mente consciente aun no facilita el control de las emociones y de los instintos, la manera más fácil de controlar dichos estímulos es desarrollando la virtud de la serenidad.
Los animales no tienen mente por eso no pueden tomar control de sus emociones, cuando a un perro le da rabia, se muere de rabia; cuando un caballo experimenta un miedo profundo se desboca y si nada lo detiene muere reventado. Nosotros a diferencia. de ellos tenemos mente para conocernos, para valorarlo todo, para sosegarnos y sobretodo para olvidar...
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