Barruntar el tambor...

Un hombre sabio, puede llegar a ser un hombre medicina. Pero un hombre sin voluntad, ni poder interior, no puede llegar a ser un sabio. 

El hombre sabio no es aquel que conoce más de los demás o de como funciona este mundo, es aquel que llega a conocerse a si mismo mejor que a nadie. Sabio es el que conociendo su interior reconoce en si mismo sus debilidades y sus virtudes, y se digna a anteponerse a la adversidad en cada una de sus obras. 

Un sabio es un primigenio guerrero que no lucha contra nadie más que contra si mismo, que lucha contra su ego, contra su orgullo. El guerrero que se convierte en sabio se derrota a si mismo, muere su animalidad para renacer como hombre y su espíritu le hará libre, se representa ante él y será para siempre quien guíe sus actos a través de su alma.

Si lo logra puede albergar en su interior su medida de paz. Desde la paz, se reconcilia con su mundo interno y externo, comprende el gran ciclo de la vida y decide compartirla plenamente con sus semejantes desde su corazón, desde la guía de su espíritu. 
Sólo el hecho de compartir le hace consciente, sabio y maduro, y sólo en la madurez se siente en el equilibrio, en el vaivén de los días, reconciliándose así con la vida.

La finalidad de la existencia del ser humano, es revelada cuando uno se abre a compartir desde el corazón, desde el amor altruista y es cuando la medicina de la creación fluye por las venas. Se crea un momento único donde se unen la causa y el efecto, la herida y el ungüento, y surge la medicina ancestral, el chi o la serpiente de luz despiertan para inflamar el cuerpo de vida. 

Así es como comienza de nuevo a sonar el tambor del corazón, es cuando se recupera la fuerza y el poder. Y es la mejor medicina del hombre, vivir siempre desde su corazón...


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