Ese sencillo vaivén...
Vivir debería significar algo así como saborear cada instante, cada momento; deberíamos ser capaces de sentarnos en la silla de parar las prisas y observarnos desde el exterior, vernos fuera de nuestra representación teatral y protagonista para poder tomar decisiones más sensatas, más honestas y equilibradas que nos permitan liberarnos del camino del ensayo y el error, de caer siempre en la misma piedra y que nos llevaran a hacer del vivir algo de carácter placentero, lúdico y realmente gozoso; deberíamos desear que el día nunca acabará, o desear que volviera cuanto antes a amanecer para volver a tomar las riendas de nuestras vidas, en esencia ser eternamente jóvenes.
La personalidad forjada por las circunstancias de la vida tiende a envejecer, a perder las ganas de vivir y se deja seducir por el óbice y la desidia de los días. Pero el alma, el espíritu que insufla tu vida, el generador de tu impulso vital es eternamente joven. El tiempo es una realidad mental que permite sostener la creación de la vida dentro de un espacio, de una dimensión, por lo que el tiempo sólo es una excusa para que no todo ocurra en el mismo instante. Así que recuerda que el tiempo no quita ni pone años, siempre se tienen los mismos.
Y aunque sabemos que nuestro cuerpo tiene una edad biológica, nuestra mente una edad psicológica y el por la cuenta del tiempo desde el nacimiento una edad cronológica, no siempre guardan relación las unas con las otras, sino que se correlacionan e interactúan entre si a consecuencia de nuestras acciones emitidas y de las emociones recibidas. Este proceso comienza en la inocencia, continúa en la infancia y adolescencia, se acentúa en la juventud y la madurez, y originará la senectud.
La inocencia es la etapa donde no hay conocimientos a cerca de la vida, sólo deseos instintivos, y donde se origina el campo de la potencialidad pura. Este campo energético conocido como alma, contiene en la inocencia los trazos determinantes que originaron la llegada al mundo, se imprime la información biogenética de los progenitores, y sus capacidades o debilidades ante la vida, las personalidades de los padres también serán transmitidas.
Así se crea un campo de potencialidad que consolidará una estructura física y bioquímica más o menos fuerte ante la llegada de posibles enfermedades, y forjará una personalidad que aún no será propia sino manipulada por aquellos por los cuales fue engendrado. Pasado este tiempo llegamos a la infancia una etapa en la vida cuyo simbolismo representa la fantasía, el ser imagina como quiere ser de mayor, como se ganara la vida, si creará una familia, en definitiva es la imaginación al poder.
Sin embargo la fantasía crea realidades que queremos tener por el contraste de lo que no hemos recibido o de lo que no hemos podido ser y por lo tanto la realidad de la vida se cierne como un drama sobre nosotros en la etapa de la adolescencia. La adolescencia significa que lo que has conocido hasta ahora te ha hecho sufrir, lo has adolecido. Y es cuando el ser se revela para crear un término medio entre la potencialidad de la infancia y la adolescencia, entre lo que pensaba y deseaba en cada una de estas dos etapas de la vida, comenzando así la juventud.
En la juventud se desarrollan todas la capacidades para crear y consolidar la vida que se vivirá de este periodo hacia adelante, un mundo de posibilidades llega con cada nuevo día, y así nos vamos centrando en nuestro camino, formamos aquí los cimientos de lo que seremos y tendremos en la madurez. La juventud crea la capacidad de conseguir recursos, es decir como te ganarás la vida para mantener aquello que ya estas empezando a consolidar. Sin embargo ganarse la vida y tener una utilidad, un propósito, no son la misma cosa.
El propósito o utilidad en la vida emana de un sentimiento interior de trascender la realidad, una vez se tiende a conservar lo que se ha ganado desde la personalidad, surge la necesidad de crear algo diferente en la vida, de forma más consciente, con el alma. La personalidad o ego se rinden a la voluntad del alma y esta crea la etapa de la madurez.
En la madurez se discierne lo que es importante o lo que es simplemente necesario en la vida y este sentimiento produce cambios drásticos y vitales, organizados por aquello que nos llena como almas. Este es el punto de equilibrio entre lo divino y humano. La madurez es un punto de consciencia no una edad cronológica, o biológica, sino más bien psíquica. A unos nos llega más pronto y a otros más tarde pero todos pasamos por esta etapa que valora lo conseguido en la vida con la felicidad que ello nos transmite, y este diferencial de felicidad promueve los cambios vitales de esta etapa. Muchos cambian de hogar, de país, de pareja o de trabajo, en función de la búsqueda de la felicidad.
La madurez es la oportunidad que nos da la vida para certificar nuestra cantidad de felicidad y si no nos es válida, el universo, confabulará para que la logremos; pero nos enfocará en lo que no nos hace felices, en lo que aun nos hace sufrir y nos lo colocará delante para afrontar de forma madura la situación y para tomar decisiones en torno a ella.
Todo lo que ocurre en la madurez tiene su eco en la siguiente etapa de la vida, la senectud, todo dependerá del grado de felicidad adquirida para que la ancianidad sea vivificadora y placentera, de lo contrario la ausencia de felicidad denotaría el sufrimiento en la vida, y de la saturación psicosomática de dicha ausencia se produciría la enfermedad. Además esto esta empezando a ocurrir incluso desde la juventud hacia la madurez porque la vida no está destinada a la búsqueda de la felicidad sino a el disfrute de la misma, a saborearla, a degustarla y a compartirla y cuanto antes mejor...
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